Josep-Ramon Bach

O CÓMO PARÍS LE ABRIÓ LOS OJOS A XAVIER CABA

Que no espere nadie ningún análisis ponderado en este ejercicio de avivar el recuerdo de un amigo, al que injustamente la muerte se llevó demasiado joven. Seré, pues, intuitivo por oficio y apasionado por t_bach-Parisdevoción. Un amigo es una guía insustituible en el laberinto de la vida, puesto que es un amor elegido. Un amor con ganas de compartir opiniones y miradas, de caminar juntos.

Nacido inquieto y vestido con la ropa amplia de la libertad, Xavi Caba, que presentía la belleza por doquier y que necesitaba restituir el deseo y la alegría, conoció la vida nueva que bullía más allá de la opresión, mediante los libros, la voz cromática de los mejores amigos, el cine y la música, una vida más allá de la tristeza cotidiana, más allá de la lejanía…

Y, de repente, el mundo se le quedó pequeño. Castellar del Vallés se le quedó pequeño. Cataluña se le quedó pequeña. Y con su bonhomía y su hato de los propósitos se fue a pegar la hebra con los protagonistas de un París que absorbía la tristeza de los indignos y la llenaba de esperanza. Un París bandera de arte y de progreso, víspera permanente de la democracia, una ciudad en la que las culturas convivían en paz, en la que los grandes nombres del arte y la literatura hacían de reclamo a las aspiraciones de los jóvenes artistas y les abrían las puertas de un imaginario nuevo y transgresor. Por entonces, la ciudad francesa era el ideal de vida que subvertía las condiciones adversas de nuestro país. También era el modelo de aventura civilizada que todo artista podía soñar. No tenemos más que repasar la historia de los nombres que decidieron huir de sus respectivos países y hacerse franceses para entender la aventura humana que llevó a Xavier Caba a abandonar su Castellar nativo.

Una curiosidad insaciable le impelió a expresarse con el mayor número de disciplinas posible. París contribuyó a ello de manera decisiva. La ebullición de una ciudad llena de mitos que luchaban entre sí por alcanzar el reconocimiento más alto, hacía que todos buscasen las formas de arte más diversas. Ampliar el registro de formas de expresión era una manera de acceder a un público más amplio y, quizá, una forma de comunicar más exigente. Xavier entendió este mensaje y, sin esfuerzo alguno, lo añadió a su curiosidad natural. La multidisciplina fue, en efecto, una característica importante de su personalidad creativa.

t_bach-A-4-mans-amb-Claude-a-CdVNo entraré en el terreno de las valoraciones artísticas, puesto que ello corresponde a los expertos. Sí que hablaré, sin embargo, de su inclinación a transcribir los sentimientos con todo tipo de técnicas y formas de representación. Cultivaba de forma directa la pintura de caballete, el dibujo, la ilustración, la cerámica y la fotografía, y, ocasionalmente, la serigrafía y la litografía. Además, de forma indirecta, como espectador atento y participativo, cultivaba asimismo la música de jazz y el cine. París le regaló la fe en la vida. La encrucijada de caminos en todas las direcciones posibles le proporcionaba argumentos para conocer antes que nadie las grandes novedades del arte, sus afectos y sus decepciones. Y en esta lucha apasionada, el corazón generoso de Caba se abría paso entre la neblina del futuro.

Cuando, después de no pocas dificultades, pudo finalmente ganarse la vida ilustrando portadas de libros para algunas editoriales prestigiosas, como los Livres de Poche, la vida pareció que pasaba a formar parte de un guion de cine, porque todo sucedía con un entusiasmo insólito, más propio de la fantasía que de la realidad. Vivir con todas las comodidades, coche deportivo incluido, le daba la sensación de haber triunfado en un mundo nuevo, en el que el éxito se reservaba a pocas personas.

Nada es para siempre. Cuando las cosas no fueron tan bien y decidió volver a casa, a Xavier le pareció que había perdido una batalla, porque ser t_bach-1969-octubre-amb-Josep-Ramon-Bachparisiense de primera constituía un privilegio escaso en aquel tiempo. La verdad, sin embargo, fue totalmente distinta. De vuelta a Castellar llevaba el corazón y las maletas llenos de una luz intensa. Había conocido el futuro con sus propios ojos, había escuchado las ideas renovadoras y sabía lo que había que hacer para ir hacia delante. De vuelta a casa, todo adquirió un valor nuevo para Xavier. El país ya había comenzado a cambiar y los aires de libertad impelían ya a la gente a mostrar sin rodeos su rechazo de la dictadura. Fueron los mejores años de su vida. Todas las miradas del mundo al servicio de la causa de un hombre sensible. Con el doctorado de la alegría que París le había otorgado con creces se puso manos a la obra para hacer realidad el deseo de expresarse en todas las lenguas del arte posibles.

t_bach-1987-Paris-desembreXavier Caba era un hombre honesto y sincero que se había hecho a sí mismo y que, por consiguiente, conocía a la perfección sus virtudes y sus limitaciones. Precisamente este ejercicio de realismo que con frecuencia practicaba con mentalidad abierta era el gran valor de su carácter. Consciente de que su obra no pretendía competir con nadie ni quería figurar en cabeza, practicaba el arte porque era su forma natural de sentir y de vivir. Lejos de propuestas innovadoras, su espíritu le conducía a encontrar en las materias, en las formas cotidianas, en el deseo de poseerlas, a encontrar, decía, su personal manera de expresarse. Con la sencillez como ideal y el oficio como inspiración, Caba estuvo más cerca de la felicidad que la mayoría de mortales. Su trayectoria no es el caso del genio que llega a las altas esferas del reconocimiento. Su arte tiene el prestigio del hombre bueno que vive buscando el equilibrio mediante la mirada limpia y el corazón contento, que está inserto en un contexto geográfico pequeño y entrañable, que forma parte de una comunidad sentimental, que ve en la felicidad el objetivo por alcanzar. Pocas veces vida y obra tienen tanto en común como en el caso de Xavier Caba, quien proyectaba los hechos cotidianos en todos los colores del arco iris. Que se sentía solidario con todas las manifestaciones humanas, con todas las culturas y con todas las miradas. Para él, se trataba, ni más ni menos, de ser feliz a través de la libertad de decirlo. “Hizo lo que quiso, del mejor modo posible”. Quizá sea éste su mejor epitafio. Un buen ejemplo, digno de imitación.