Anna Maria Alguersuari

XAVI

alguersuariYo he tenido el gran privilegio de haber compartido con Xavi Caba los años más decisivos de mi vida. Fueron diecinueve años llenos de casi todo. Él, padre de mi único hijo, Joan, fue un hombre honesto y valiente. Su gran curiosidad por el mundo que le rodeaba, especialmente por las diversas manifestaciones artísticas, le llevó a aprender, asimilar y amar todo aquello de que era capaz.

Me ayudó a valorar la obra de arte y a tener ante ella algo tan difícil de conseguir como una opinión. Admirando la manifestación de la vida, siendo ambos tan sensibles a la Naturaleza, me hizo descubrir la belleza de aquella parte oculta, o quizá más disimulada, y, mediante su pintura, elevarla a la categoría de arte. Ante un paisaje, con frecuencia entorno un poco los ojos, lo justo para que pueda pasar una partícula de luz, y me deleito con las tan contrastadas imágenes que contemplo.

Tengo muy presente su voz, llamándome desde lo alto del estudio, para pedirme la opinión sobre un cuadro suyo, a punto de acabarlo. Han sido momentos importantes que muchas veces se tornan presente por formar parte de mí.

De su estancia en París querría destacar el esfuerzo por imponerse una fuerte disciplina de trabajo, ya que resultaba muy fácil caer en el sentido más negativo de la bohemia de entonces. “La inspiración ha de venirte con los pinceles en la mano”, le gustaba repetir.

Para unos la casualidad es fruto del azar; para otros, la casualidad se provoca tenazmente con el trabajo perseverante. Este esfuerzo fue tan constante que se le convirtió en un hábito, y esta costumbre fue una de las características de su personalidad. Era muy exigente consigo mismo y, en consecuencia, lo era también con los demás. No aceptaba la mediocridad. Era muy consciente del nivel en que estaba. Detrás de cada obra suya hay un grado de exigencia muy alto.

Quizá fue en el mundo mágico de la cerámica donde el fuego fundió al artista y la investigación, como si de un solo concepto se tratasen. Como pintor, Xavi estaba muy interesado en los esmaltes, esto es, en el color transformado por la llama o la resistencia eléctrica. Pintaba en cerámica. Las tonalidades con las que se sentía más identificado eran las de la alta temperatura. La búsqueda de nuevos pigmentos en vertical, de nuevos matices casi imperceptibles, persiguiendo aquellas texturas que le motivaban, lo mantenía en constante estado de alerta hasta que, por fin, los dominaba. “Estos murales de gres que hago”, decía, “no están suficientemente apreciados hoy día. La novedad resulta mucho más valorada, aunque le falte estética o no tengan relieve. Ahora bien, yo no conozco a ningún ceramista que haga lo que hago yo, porque se necesita ser dibujante, pintor y ceramista para hacer estos murales”.

Xavi, gran amigo de sus amigos, poseía el don de la generosidad. Compartía sus conocimientos y regalaba su experiencia a cualquiera que estuviese interesado por ella.

Todo lo que yo sé sobre cerámica se lo debo a él, que me enseñó el oficio con gran pasión y devoción. La emoción compartida por los tres –Xavi, Montse y yo- al abrir la puerta del horno después de cada cocción, con un experimento u otro en su interior, constituye un recuerdo que ocupa un lugar importante en mi memoria.

Xavi supo también amar mucho a sus amigos, que ocupaban la primera fila en el escenario de su vida. La profunda, sincera y leal amistad, compartida en el tiempo y el espacio con cada uno, ha traspasado las fronteras físicas de la existencia.